top of page

Anita: Mensajera de la esperanza

  • Foto del escritor: Sergio L. Marrugo
    Sergio L. Marrugo
  • 22 abr 2019
  • 11 Min. de lectura

Actualizado: 26 abr 2019


En un rincón de la floresta, las abejitas de la miel se encontraban de fiesta. En la colmena, se celebraba en honor a las abejas que habían cumplido veintiún días de nacidas. Edad suficiente para salir a recolectar rica miel, nutritivo polen y fresca agua para sus demás hermanas. Sin duda alguna, esta era una ocasión especial para muchas, desde ese momento serían honradas como miembros importantes de la colmena, encargadas de asegurar la supervivencia de las generaciones futuras de abejas melíferas.


Dulces aromas se mezclaban con vibrantes sonidos. Hasta la más tímida de las abejitas jugueteaba y bailaba. Entre tales criaturas se encontraba Anita, una abejita aventurera audaz y valiente. Desde temprana edad sabía que quería salir al mundo, más allá de los límites que sus abuelas abejas exploraron.



Las abejas viven en sociedades complejas y forman colmenas. Créditos: Jean Beauford


Es así como, se enlistó para ser una abejita scout. Las abejas scout eran especiales entre la colmena, ellas se encargaban de avisar a las demás, dónde encontrar las mejores flores.


Mientras Anita estuvo en la escuela, debió aprender el arte de dar instrucciones secretas, mediante divertidos bailes e ingeniosas piruetas. De esta forma, les indicaba a sus compañeras la dirección correcta para encontrar el agua y los alimentos. Cada movimiento contenía un significado especial y revelaba la ruta que las otras debían tomar en el laberinto de la floresta.


Después del brindis y el postre, Anita se fue a dormir en su celda, muy tranquila y muy emocionada por el grandioso día que tenía por venir. La joven relajó sus alitas y ojitos. Con el aire ya fresco y las luciérnagas danzando en intermitente brillo, se sumió en profundo sueño.


Justo antes de salir el sol, Anita sacudió sus alas y bebió un trago largo de miel, para tener la energía necesaria en su primer día de trabajo. Al ser una abeja scout, ella debía salir más temprano que las otras, pero además, entregaba los recados más urgentes que las flores necesitaban.


Las flores son seres especiales, alegría de muchos por sus delicadas formas y llamativos colores. Las abejas son sus amigas favoritas y las mensajeras que cargan los mensajes de amor entre las flores enamoradas.


Cuando una flor está enamorada de otra, le envía granos de polen como muestra de su cariño. La otra flor al recibir el polen, dará a luz a las semillas que aseguran la existencia de futuras generaciones de plantas y a los frutos que son alimentos deliciosos para los otros animales habitantes de la floresta.


Pero vaya que hay un problema con esto y es que ¡las flores no tienen pies para caminar ni alas para volar! por eso, deben hacer uso de las abejas, quienes entregan el polen por ellas, quienes a cambio se quedan con una parte de éste y reciben dulce néctar.


En su primer día de vuelo, Anita descubrió una gran variedad de flores de todos los tamaños y formas. Como las flores del manzano, quienes brotaban abundantes de las ramas con una fragancia dulce y agradable, tan deliciosa que la noble abejita no pudo evitar asomarse a visitar.


- Buen día elegantes señoritas- saludó Anita

- Buen día dulce muchachita, aquí nos encontrábamos esperando con mensajes de polen para que lleves a las flores del manzano vecino. Desde luego, te daremos una recompensa para que nos hagas este importante favor gustosa- respondieron las flores

- Así lo haré mis queridas amigas - Contestó Anita


Al medio día Anita ya había entregado la correspondencia a los perales cercanos, a los girasoles, a las margaritas, a unos cuantos racimos de mango y a las florecillas de la parra. Le gustó su tarea.


Con el pasar de los días, descubrió que algunas flores eran muy pequeñas para ella, otras muy largas o con olores desagradables y por eso no le era posible recibir sus mensajes de polen, ni su néctar. Estos, tendrían que ser tomados por otros habitantes del bosque, como las abejas angelitas, las moscas, las mariposas, los colibríes o los murciélagos. A pesar de eso, el alimento era suficiente: la floresta proveía para todos sus hijos e hijas.


En los días normales cada vecino se encargaba de sus tareas sin afán. Los escarabajos se comían la madera y las hojas en descomposición. Los saltamontes disfrutaban bocados de hojas verdes. Las mariquitas cazaban las pestes de pulgones que acosaban a algunas plantas y las arañas tejían pacientemente sus redes.


Anita empezó a ser muy querida por los otros buscadores de néctar, pues le gustaba colaborar para compartir las flores disponibles.


En ocasiones, la pequeña aventurera decidía alejarse más allá que cualquier otra abeja de la colmena.


Un día como cualquier otro aquella primavera, Anita llegó hasta uno de los extremos más alejados de su territorio. Ninguna de las abejas de su panal se había atrevido a llegar hasta tales lejanías en varias generaciones.


Las abejas suelen acumular el polen que recolectan en sacos especiales en sus patas anteriores. Foto: Petr Kratochvil

Allí nuestra abejita encontró una pequeña pradera salpicada de flores. Bebió agua del arroyo y se dispuso a recolectar materiales para la colmena. A medida que se desplazaba por el vallecito, empezó a escuchar un tenue murmullo que se transformó en una bella, pero melancólica canción. Cuanto más se acercaba, mayor claridad adquiría el canto. Apuró su volar en intriga por conocer el misterio del solitario cantante de la pradera.


Inexplicablemente, Anita se encontraba fascinada ante este evento. Una experiencia nueva le estaba tocando la puerta.


Pasó a través de la última cortina de altas hierbas que le cerraban el paso y el paisaje se transformó en un prado raso, salpicado por afloramientos rocosos. Las rocas se encontraban esparcidas aquí y allá irregularmente y resplandecían a la luz del sol con un brillo grisáceo.


El viento chocaba con más fuerza en esa zona. Anita tambaleó en el aire, corriendo el riesgo de chocar con aquellas rocas que, para el tamaño de ella, parecían montañas. En un momento de confusión se creyó perdida, pero pudo retomar la dirección correcta, porque las notas del canto la alcanzaban con cada ráfaga de viento que soplaba.


Sobrevoló unos cuantos montículos de piedra más y se extendió ante ella la visión de una flor blanca que se balanceaba con perfecta gracia al viento, entonando nota tras nota, palabra tras palabra, una armoniosa fuga.


Anita se acercó un poco más, luego se detuvo con cautela para no interrumpir la puesta en escena. Observó que una pequeña planta que se aferraba tenazmente la las rocas, cuya flor blanca con azul, era la única que quedaba en el ramillete.


Como dándole cierre a su presentación, la flor detuvo su canto y miró con atención a la abejita.


- Disculpa, no quería interrumpirte- se excusó Anita

- Hace mucho tiempo no venía nadie hasta estas lejanías. Eres más que bienvenida. ¿Qué te trae por acá?- preguntó la flor

- Hoy salí un poco más lejos que de costumbre y escuché tu bello cantar. Lo he seguido por un buen trecho.- respondió Anita

- Llegas en buen momento, porque tengo un favor que pedirte- Añadió la flor


La pequeña planta procedió a explicar su situación.


“Soy la única planta que queda de mi especie en este sector. Antes solíamos ser muchas, pero poco a poco empezamos a desaparecer. Creo que hay unas cuantas más como yo en un valle lejano, por aquellas montañas que ves en la distancia. Aunque, no hay garantía de encontrarlas, porque hace mucho tiempo no me llega ningún mensaje de polen de ellas.


Necesito que me ayudes llevando de mi polen hasta aquel valle. No me queda mucho tiempo, porque nosotras vivimos pocos años. Esta flor que ves acá, será una de las últimas que produciré. Si aceptas ir, toma estos paquetes de polen para que los lleves con la esperanza de encontrar a las de mi especie. Al regresar tráeme los paquetes de polen que ellas me envíen. Solo así, podré producir las semillas que le darán continuidad a nuestra raza. Eres mi única esperanza, sin ti, posiblemente dejaremos de existir.”


La abejita observó la silueta recortada de la montaña que tendría que sobrevolar en la distancia y se asustó ante semejante tarea. Sin embargo, aceptó sin titubear. Si ella pensase que era una de las últimas de su especie, también querría una mano amiga que la ayudase.


Anita era la única abeja que sería capaz de emprender semejante viaje, pues era la más fuerte e intrépida de la colmena. Se presentó ante la reina, quién le brindó todo su apoyo y arregló provisiones de miel para que llevara consigo. Sería un viaje muy largo. No sabía qué tipo de peligros estarían al acecho y estaría totalmente por su cuenta allí afuera, sin el apoyo de sus otras hermanas por días, quizá semanas.


Las abejas no solían alejarse tanto de la colmena. El viaje de Anita podría resultar mortal. Las últimas abejitas que hubieron hecho una travesía como en la que ella se embarcaría, fue hace mucho tiempo, en una época en la que la colmena se había quedado sin alimentos a causa de un incendio. Tuvieron que atravesar largas distancias para encontrar lo suficiente para sobrevivir.


Sin embargo, Anita estaba resuelta a ayudar a la flor, sin importar lo difícil del camino. Se tomó un par de días para anunciar su viaje y despedirse de todos sus amigos en la floresta.


Varios de estos le hicieron regalos para ayudarla en su viaje. Camilo el colibrí, le regaló un pequeño suéter hecho de plumas, para conservar el calor de su cuerpo en caso de que el frío la helara. Lila la libélula, le regaló un par de gafas para que pudiese volar a toda marcha con total comodidad y Ramira la mariposa, le regaló una mochila para que guardase todas sus provisiones.


Llegado el día de partir, Anita volvió a toparse con la flor, quien impaciente le entregó unos cuantos paquetes de polen para que los llevara al otro lado de la montaña. Se despidieron efusivamente, pues no sabían si se volverían a ver.


Desde donde estaba, volteó a mirar una última vez a su amada floresta. Momentos hermosos había pasado en ese colorido lugar. Grabó en su memoria la vista que tenía de ella y la atesoró para recordar que debía volver.


Ascendería volando por la montaña. A medida que avanzaba, el paisaje se iba tornando más rocoso y menos verde. El viento también era más frío.


Pasado el mediodía, se detuvo en la orilla de una laguna alpina. Sedienta, bebió un trago largo de agua fresca. Tomó el néctar de algunas flores que bordeaban el agua. Decidió que pasaría la noche en aquel paisaje.


Al caer la oscuridad, el aire gélido la hizo temblar. Se vistió apresuradamente con el suéter que le regaló Camilo y se cubrió con un manojo de hierbajos. Era la primera vez que pasaba la noche apartada del tibio calor de su colmena, extrañaba mucho ese ambiente, pero había dado su palabra a la flor y cumpliría con lo dicho.


Justo cuando acabó de quedarse dormida, el temible estruendo de un relámpago la despertó. Miró hacia el cielo y gruesos nubarrones ocultaban a la luna y a las estrellas. En seguida, el aire se llenó del aroma de la lluvia y grandes gotas empezaron a chocar contra el suelo.


Las abejas como Anita son voladoras robustas, pero las grandes gotas de lluvia pueden lastimar y quebrar sus alas. Sin habilidad para volar, una abeja moriría en poco tiempo. Anita sabía esto gracias al entrenamiento que recibió antes de salir de la colmena.


Se apresuró a buscar algún escondite que la protegiera. Como no había árboles cerca de ella, debía encontrar algún refugio entre las rocas. En pleno vuelo, las pesadas gotas de agua la derribaron un par de veces antes de llegar a un intrincado montículo de piedra. Entre las cavidades de este, encontró protección, se acurrucó dónde pudo y agotada, se quedó dormida de inmediato.


Entre sueños, Anita sintió que algo la arrastraba. Cuando durmió lo suficiente y recobró la consciencia de su cuerpo se sintió sofocada. Una maraña de hilos blancos y pegajosos la enrollaba. !Una araña la había atrapado¡ La abejita fue presa del miedo. Tenía que salir inmediatamente de allí antes de que la araña decidiera que la quería como desayuno.


Sabía que su carcelera estaba cerca. Podía escuchar el rasposo sonido de sus patas al moverse sobre las rocas. También, pudo distinguir que aquel horrendo animal se entretenía devorando otros insectos que había atrapado antes que a ella.


La araña se acercó a olfatearla. Anita pensó que era su fin. Una mordida venenosa de los colmillos de ésta, la paralizarían hasta la muerte. Se quedó muy quieta, para no levantar sospechas. La araña la hizo rodar por sobre el suelo un par de veces.


Percibió el aliento pestilente de la araña a través de la seda. La araña tomó impulso. Se preparaba para asestar su golpe mortal. Anita se creyó perdida. En silencio, se disculpó con la flor por no poder cumplir con su promesa.


Sintió los colmillos rasgar la envoltura. De repente, la araña exclamó con disgusto - ¡Este bicho está rancio!


Se alejó de Anita y se la escuchó escupir ruidosamente en la distancia.


Anita estaba perpleja. No había entendido lo que acababa de suceder, se daba por muerta, pero no sintió dolor alguno en su cuerpo. Tocó su espalda y sintió que cargaba aún con la mochila y que de ella chorreaba una sustancia viscosa. !Eran sus reservas de miel¡


Las arañas no comen miel y a esta parecía disgustarle en extremo su sabor. Anita escuchó a la araña volver. Sintió las patas de esta encima de ella. La hizo rodar por el terreno hasta sacarla de la madriguera. Anita rodó cuesta abajo del montículo de rocas. ¡Se había salvado! Dolorida por la caída, aún no sabía cómo escapar de la pegajosa tela, pero estaba viva.


Se le ocurrió, que quizá podría salir usando su afilado aguijón. Ágilmente lo sacó del extremo final de su abdomen. Atravesó la tela de araña y moviendo su colita hacia arriba y hacia abajo pudo cortar una amplia abertura. Con un poco de esfuerzo logró despegarse y salir caminando hacia atrás.


El accidente con la araña, retrasó un poco su travesía. Debía darse prisa. Rápidamente se puso en marcha, ¡no había tiempo que perder!


Desde dónde estaba, tendría que sobrevolar encima de los picos nevados de la montaña. Se puso las gafas que le regaló Lila para que la nieve que caía no le molestase los ojos.


Se vio sacudida violentamente por el viento allá arriba. Anita perdió el control de su vuelo en varias ocasiones y se fue de bruces contra la nieve que cubría el suelo. Aun así, continuó con su viaje. Ya estaba cayendo la tarde, si no cruzaba rápidamente la cumbre, moriría congelada.


Cuando hubo cruzado los últimos rayos de sol le iluminaban el camino. Tenía a la vista otra pradera pedregosa y más abajo pudo distinguir el valle al que debía llegar.


La abejita estaba exhausta. Se detuvo a comer y a descansar. No alcanzó su destino ese día. Pasaría la noche durmiendo cómodamente entre la hierba. Se recostó, miró una última vez a las estrellas llena de esperanza, antes de quedarse dormida.


Temprano al día siguiente, la abejita se despertó. Tenía que volar un corto trecho en el camino para llegar a al valle.


Cuando estuvo cerca, percibió un sonido agradable. Más que un solo canto, parecía un corillo de voces parecidas. Su pequeño corazón latió con fuerza, el canto era similar al de la flor cerca de su floresta ¡tenían que ser las flores que buscaba!


Descubrió el origen del canto aferrado a las rocas. Eran tres pequeñas plantas de flores blancas con azul.


Anita llegó apresuradamente y las interrumpió. Explicándoles la misión que estaba cumpliendo. Las plantas la escucharon con atención.


Cuando hubo terminado, una de ellas tomó la palabra


- ¡Pues también has venido a salvarnos a nosotras! Somos las últimas tres de nuestra clase en este sector. Parecemos tres plantas diferentes, pero nuestra raíz es la misma por eso, el polen que nos pasamos entre nosotras no ha servido para producir semillas- comentó una de las plantas


Anita depositó el polen que había cargado durante su viaje, en cada una de las flores de las plantas y a su vez tomó el de éstas para llevarlo de vuelta.



Aquí un bello vídeo, elabordo por el Smithsonian Institute sobre unos parientes cercanos a las abejas melíferas: los abejorros, capturados polinizando en cámara lenta diferentes tipos de flores.




Satisfecha, Anita se despidió de las tres hermanas y emprendió el camino de vuelta. Con el viento a su favor avanzó un buen tramo del camino ese mismo día.


Al día siguiente, cerca del medio día pudo vislumbrar la pradera en dónde se encontraba la planta solitaria. Se acercó velozmente. La planta ya tenía un nuevo ramillete de flores como le había dicho.


Se reencontraron con gran emoción. La planta la esperaba impaciente. Anita depositó el preciado polen en las flores y ambas celebraron con un canto de alegría.


Había cumplido la misión y lo mejor era que pudo volver a su añorada floresta. Al llegar a la colmena fue celebrada por todos. La recibieron con una fiesta especial.


Anita y la planta solitaria se volvieron muy buenas amigas. Cuando no hacía sus actividades habituales, la abejita aprovechaba cualquier momento libre para verla. Con el pasar de los días, las flores de la planta se marchitaron, dando paso a los alargados frutos, cargados con cientos de semillas.


Hacia el final de la temporada, Anita sabía que no alcanzaría a ver a los hijos de la planta. Las abejas como ella no vivían mucho tiempo, apenas una temporada. Tiempo durante el cual, había cumplido impecablemente las labores que debía realizar.


Entendía que todo en la naturaleza tenía sus ciclos, nada debía permanecer para siempre. Lo que crecía sin control, arruinaba el equilibrio en el cual los miles de habitantes de la floresta podían vivir. Tenía los días contados, pero se iría en paz.


A la primavera siguiente, Anita ya no estaba en la colmena, pero los nuevos habitantes de esta, descubrieron una pradera repleta de las hijas de la planta que ella salvó. Eran muchas pequeñas plantas llenas de flores que coreaban dulces cancioncillas al ser mecidas por el viento.


Polen y néctar abundante serían cosechados de ellas ese año. La colmena tenía su supervivencia asegurada y la historia de Anita sería recordada tanto por abejas como por plantas, año tras año en la floresta.


FIN

Komentar


  • Icono social Instagram
  • Facebook - Black Circle
  • Twitter - Black Circle
  • Google+ - Black Circle
  • YouTube - Black Circle
  • Pinterest - Black Circle
  • Instagram - Black Circle
bottom of page