La tierra que somos
- Sergio L. Marrugo
- 22 abr 2019
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 1 may 2019
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Imagine que en el planeta hay un recurso fundamental para alimentar a todos los habitantes. Imagine además, que a pesar de su importancia, este recurso es uno de los más ignorados y degradados en la actualidad. Ilógico, ¿no?
Viene en una gama de texturas y colores muy variados. Literalmente le pasamos por encima sin siquiera considerarlo, pero en verdad debería valer más que el oro. No es brillante, es más bien opaco, y cuando está oscuro es la viva imagen de la salud.
Claramente no hablo aquí de joyas o de metales preciosos y sin embargo, este recurso forjó imperios y civilizaciones. Hoy traigo sobre la mesa, lo que pone la comida sobre nuestra mesa: en esta entrada hablaremos acerca del suelo.

Es natural que todos tengamos nociones acerca del suelo. Los que hemos tenido la oportunidad de mantener un contacto cercano con este recurso, lo asociamos con el trabajo en el campo y con momentos de la niñez, donde por curiosidad hurgábamos en la tierra para ver que se escondía entre ella.
Tengo un recuerdo muy claro, de esas cosas que uno hace en su infancia solo porque parecen divertidas, de encontrarme con mis primos haciendo “tortas” con el barro que sacábamos del patio de la casa. Bellos tiempos aquellos, en los que estar sucios desde la cabeza hasta la punta de los pies no importaba en lo más mínimo.
Lastimosamente, por practicidad o falta de conocimiento, la forma en la que están diseñadas las sociedades actuales ocultan el suelo premeditadamente. Los ciudadanos y ciudadanas rara vez lo ven, lo cual crea aún más desconexión e indiferencia hacia este.
Pero en sí, ¿qué es el suelo?
El suelo es esa capa delgada de material que envuelve al planeta y que no se encuentra compacta como la roca, sino que está conformada por una mezcla de partículas de tamaño variable, las cuales fueron creadas por la influencia e interacción de diversos factores como la roca madre (o material parental) el relieve del lugar, el clima y los organismos.
En términos menos científicos, pero más prácticos, el suelo puede ser considerado la interfaz entre los seres vivos y los materiales inertes de la tierra. Es el principal medio físico que soporta la vida de las plantas. De él salen los elementos nutritivos que la vida necesita para existir. Estos elementos nutritivos luego pasan a los otros seres vivos a través de las cadenas alimenticias.
Para que los procesos que dan lugar al suelo surtan efecto, se necesita tiempo… Mucho tiempo. Se estima que en promedio la formación de una capa de suelo de un centímetro de profundidad toma alrededor de 200 años y por lo delgado que es, se le considera como la piel del planeta.
La formación del suelo es un viaje de trasformación, mediante procesos físico-químicos y biológicos a partir de la roca sólida.
En primera instancia, la lluvia y los cambios de temperatura fragmentan la roca en trozos más pequeños. Luego cuando algunos nutrientes han sido liberados de ésta debido a la acción química del agua, organismos cómo los líquenes o pequeñas plantas empiezan a crecer sobre él. Estos seres vivos producen sustancias que acidifican la roca y continúan con su degradación.
Mientras estos tres procesos toman lugar al mismo tiempo, lo que una vez fue roca sólida se fue transformando en los tres tipos de partículas inorgánicas que componen el suelo: las arenas, los limos y las arcillas. Siendo las arenas las partículas más grandes y las arcillas las más pequeñas e interesantes.
Las partículas de arcilla son diminutas, tienen un diámetro menor a 0.002 milimetros! Solamente pueden ser vistas bajo el microscopio. Sus propiedades son complejas y su composición química es diferente a la de la roca original.
En este momento, vale la pena entender que si bien, tanto arenas como limos pueden liberar nutrientes en el suelo, las arcillas son las únicas capaces de adsorberlos (adherirlos) en sus superficies. Esto es importante, porque de esa forma se mantienen disponibles para las plantas y microorganismos por mayor tiempo.
A medida que el suelo propiamente dicho va ganando profundidad, formas de vida más grandes y complejas pueden ir habitando en él. Especies de árboles pueden ya colonizarlo, al igual que cientos de miles de insectos y lombrices de tierra. Topos, conejos y puercoespines también construyen sus madrigueras en el suelo.

Toda esa actividad biológica va cargando al suelo con un tipo de partículas orgánicas diminutas, llamadas colectivamente humus, las cuales se originan como resultado del proceso de descomposición de los restos de plantas y animales. Estas partículas al igual que las arcillas aumentan la retención de agua y nutrientes en el suelo.
Por esa razón, los suelos con alto contenido de materia orgánica usualmente poseen una gran fertilidad y resistencia ante la erosión.
Además, el humus es la parte más literal del pasaje de la biblia que dice: “de polvo eres y en polvo te convertirás”
Toda la vida que habita sobre la tierra depende de las plantas y estas a su vez dependen del suelo. Por lo tanto, todos en última instancia dependemos de la presencia de suelos con la calidad suficiente para poder crecer cultivos y alimentar a las poblaciones humanas.
En el pasado, el suelo y sus nutrientes preciosos permitieron el origen de culturas e imperios en casi todas las regiones del planeta. Culturas en Mesopotamia, Egipto, China central y los imperios griego y romano, es decir las cunas de la civilización actual, tuvieron una base sólida de producción agrícola, la cual les permitió a sus poblaciones crecer rápidamente.
Sin embargo, tarde o temprano todas cometieron el error de caer en el abuso hacia este recurso. Con el tiempo la erosión o la salinización alteraron el suelo de forma tan negativa que la cantidad de alimentos que se cosechaban dejó de alcanzar para grandes sectores de aquellas sociedades.

Se piensa que la degradación del suelo fue uno de los factores que impulsó la caída de dichas culturas. La falta de alimentos causó inestabilidad política y la necesidad de expansión hacia otras tierras.
Esto a su vez generó guerras entre los pueblos, hasta que las jerarquías políticas sucumbieron. El mismo patrón se ha observado repetidamente, con pocas excepciones.
Los suelos tienen varias dimensiones de importancia para nuestras vidas. Nuestro bienestar se encuentra inevitablemente ligado a ellos, no solo porque nos proveen de alimentos, sino porque suplen a la humanidad con varios productos y servicios, llamados más formalmente como los servicios ecosistémicos del suelo.
Entre los más relevantes encontramos que:
El suelo es fundamental para evitar las consecuencias más adversas del cambio climático. Los suelos son el reservorio más grande de carbono de los sistemas terrestres del planeta, en ellos se almacena más carbono que el que se puede encontrar en la madera de todos los bosques.
El dióxido de carbono atmosférico entra en el suelo gracias a la materia orgánica de las plantas. Con el tiempo, estos residuos se van apilando y almacenando en él.
Debido a que el dióxido de carbono atmosférico es el principal gas de efecto invernadero en el planeta, el suelo se vuelve un elemento fundamental para combatir su acumulación y así lograr disminuir o retardar las consecuencias del cambio climático.
El suelo nos provee de agua limpia y nos protege de inundaciones y sequías. Cuando el suelo se encuentra en buenas condiciones tiene la capacidad de almacenar grandes cantidades de agua. Esta agua se libera filtrada, formando quebradas.
Como una esponja, el suelo absorbe el exceso de agua en las temporadas lluviosas, ayudando a disminuir la frecuencia de las inundaciones. En temporada seca continúa liberando agua cuando la gente y los animales más la necesitan.
Lastimosamente, según un reporte del 2015 de la organización de alimentos y agricultura (en inglés FAO) de las naciones unidas, lo suelos del mundo en general se encuentran apenas en condición regular, pobre o muy pobre.
Como quien dice coloquialmente, “el suelo está en la mala”.
Según este mismo reporte, hay tres principales amenazas a nivel global que afectan negativamente la provisión de los servicios ecosistémicos del suelo. Estas son, la erosión, la pérdida de carbono orgánico del suelo y el desbalance de nutrientes.
Gran cantidad de suelo en las zonas cultivables se pierde anualmente debido a las prácticas agrícolas. Si la situación continúa para el año 2050 un área del tamaño de Colombia y Ecuador juntos, que antes era cultivable alrededor del mundo se habrá perdido.
¿Sin suelo cómo haremos crecer los alimentos? La mayoría de cultivos hoy día no son aptos para técnicas de cultivo que no usan suelo, como la hidroponía.
La erosión también afecta la calidad del agua que consumimos porque añade a las fuentes hídricas un exceso de partículas que hacen su tratamiento más complejo y dispendioso. Esto se puede ver claramente en con el aumento de la turbiedad de los ríos.
A su vez, la perdida de materia orgánica en el suelo afecta su fertilidad, aumenta las emisiones de dióxido de carbono en la atmósfera y la perdida de agua. Esta amenaza pone en peligro la capacidad para producir alimentos y la capacidad para soportar eventos extremos de lluvias o sequías.
Hay sectores del planeta con exceso de nutrientes en el suelo debido a la adición innecesaria de fertilizantes de síntesis química. Estos nutrientes al ser arrastrados hasta los mares y océanos desencadenan la formación de las famosas zonas muertas. Allí se pierde el oxígeno disuelto en el agua, lo cual le causa la muerte a cientos de miles de peces y a otros animales.
Además se incrementan las emisiones de óxido nitroso, el cual es un gas de efecto invernadero trescientas veces más potente que el dióxido de carbono, ¡300 veces!
Paradójicamente, En otros puntos del planeta, el problema es el contrario. Muchos suelos tropicales son pobres naturalmente en nutrientes. Esto amenaza la seguridad alimentaria de muchas comunidades empobrecidas en el mundo, quienes no pueden pagar los costos de los fertilizantes de síntesis química.
A pesar de que el panorama no se vea muy alentador, la buena noticia es que hay solución para las problemáticas mundiales del suelo. Lo más sorprendente, es que estas son un conjunto de estrategias sencillas para manejar el suelo, cuyo objetivo es el de mantenerlo y mejorarlo con pasar del tiempo.
Las dos estrategias recomendadas por la FAO son:
Disminuir la labranza del suelo o eliminarla—la labranza son las actividades de preparación del suelo que buscan aflojarlo antes de la siembra— Cuando se le aplica labranza a todo el suelo, este se vuelve más susceptible a la erosión.
Favorecer la acumulación de materia orgánica en el suelo. Al mantener una capa de materia orgánica y al aplicar fertilizantes de origen orgánico como el compost se le da protección al suelo contra las fuerzas erosivas del viento y la lluvia. Al mismo tiempo se mejora su fertilidad paulatinamente.
Así como lo ven, tenemos soluciones bastante sencillas al alcance de nuestras manos.
Algunas personas y organizaciones alrededor del mundo que ya han empezado a crear el cambio. Existen métodos de producción de alimentos que son más respetuosos con el medio ambiente, mejoran la calidad del suelo con el tiempo y producen cantidades de alimentos que se comparan a los cultivos tradicionales.
Sin embargo, uno de los problemas para la implementación de estos es la poca capacidad y/o voluntad que tienen los gobiernos locales y nacionales para instruir a los productores y subsidiarlos mientras logran volverse auto-sostenibles.
Técnicas como la permacultura y la labranza mínima son soluciones viables para una producción de alimentos más responsable.

Es momento de tomar acción antes de que sea demasiado tarde, si es posible, apoyando a las personas y organizaciones que han logrado implementar dichas estrategias.
Aunque parezca muy limitado lo que podemos hacer como individuos, el llamado principal es a sensibilizarnos con este recurso. Una vez los temas que deben discutirse entran en el inventario mental de la sociedad, un nuevo espacio para las soluciones emerge.
¡Además! Ver crecer y consumir los alimentos que nosotros mismos plantamos es una de esas experiencias que vale la pena tener—ojalá siendo respetuosos con el suelo—.
Mágicamente, todo tiene un mejor gusto y nos lleva al entendimiento de que el suelo, la planta y nosotros, somos lo mismo pero en diferentes disfraces.
Los nutrientes que una vez fueron el cuerpo del suelo pasaron a la planta y de la planta finalmente a nuestro propio cuerpo. Al momento de morir, nuestro cuerpo volverá al suelo y allí empezará el ciclo nuevamente. Asombroso, ¿no?
Esta entrada fue elaborada con la ayuda de las siguientes fuentes bibliográficas:
FAO and ITPS. 2015. Status of the World’s Soil Resources (SWSR) – Technical Summary.
Food and Agriculture Organization of the United Nations and Intergovernmental Technical Panel on Soils, Rome, Italy.
Foth HD. 1990. Fundamentals of soil science. 8th edition. Library of congress. USA.
Montgomery DR. 2007. Dirt: the erosion of civiliztions. University of Clifornia Press. Los Angeles.
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